Cumaná, 25 de septiembre de 2019
Apreciados paisanos:
En fecha 14 de agosto dirigí una epístola al gobernador Rojas y al alcalde Sifontes, de la que aún no tengo respuesta; En ella les demandaba explicaciones con respecto de la dinámica de saqueo y destrucción emprendida por el hampa organizada, la común y la política, que demolía el Núcleo de Sucre de la UDO, tal vez el más brutal y absurdo atentado que universidad alguna haya recibido en el mundo civilizado, en tiempos de “paz”.
Hace un mes cuando les escribí, el daño era grave y profundo; hoy ha adquirido una dimensión de aniquilación, de exterminio, imposibilitando a los vecinos de Cumaná el acceso al conocimiento, nada más y nada menos que el de las materias científicas que sirven de puntal a la plataforma sobre la cual los pueblos construyen su desarrollo, privación que adquiere severidad de crimen cultural al conculcar e impedir un derecho humano fundamental.
El campus Cerro Colorado es actualmente un cementerio para la ciencia y sus fines; infinitos esfuerzos humanos e inversión financiera vueltos polvo por la barbarie, sólo falta el epitafio: «¿Otra obra del Gobierno Bolivariano?». Tal vez. Por lo pronto, a modo de epígrafe, queda el cascarón vacío de los otrora espacios de estudio, arte e investigación. Basta imaginar que el Cuerpo de Bomberos Universitarios, con sede en el Núcleo, fue mancillado, humillado por la visita del hampa, atracaron a su equipo de guardia, los dejaron prácticamente inoperativos, ¡a los bomberos, válganos Dios, a los bomberos! ¡Al Instituto Sismológico! ¡Al Instituto Oceanográfico de Venezuela! ¡Al emblemático edificio de Ciencias! Cuánta saña! El único equivalente que se me ocurre es que uno fuera capaz de descuartizar a su propia madre y se la diera de comer a los perros salvajes. Las fotos jamás les darán la exacta dimensión de la destrucción; deben ir a Cerro Colorado, para que entiendan la profundidad de nuestro luto.
Pero ¡ojo!, estamos claros que no mataron a la universidad; volvieron escombros uno de sus espacios más importantes; nada que no se pueda remediar, crimen que nos convoca a responder con ideas y acciones trascendentes. Reedificaremos cada espacio; nuevo será mejor, mejor dotado, pueden darlo por descontado. Estamos enfocados ya en esa tarea, reedificar la institución espiritual y materialmente.
Cuando nos dirigimos a ustedes es porque también hay preguntas que tenemos que hacernos como ciudadanos, como vecinos de la Primogénita. Ya sabemos dónde estaban Gobernador y Alcalde, mientras se arrasaba a la Universidad; pero ustedes, ¿dónde estaban mientras se consumaba el crimen? ¿Tienen idea exacta del alcance del bochorno que implica matar una universidad? La universidad donde muchos de ustedes se graduaron, donde trabajan o de la que se benefician en alguna manera, y ahora, ¿dónde irán sus hijos a estudiar? ¿Qué van a responder a las generaciones venideras cuando les pregunten por la UDO? ¿Dónde abrevarán insumos las empresas y los proyectos de desarrollo? ¿A quién le pediremos explicaciones por los sismos? ¿Quién nos enseñará a sembrar el mar, a abatir la enfermedad? ¿Quién nos enseñará a pensar? ¿Quién va a ser la vanguardia de nuestro pueblo?
Alcalde y gobernador dejarán el pelero, más temprano que tarde; tal vez nunca más sepamos de ellos; los suyos tendrán futuro educativo en otros espacios universitarios. Pero, ¡ay de nosotros!, qué vamos a hacer cuando busquemos universidad para nuestros jóvenes y una voz lejana nos pregunte: ¿universidad? ¿y la maravillosa universidad que tuvieron, qué fue de ella?
Afortunadamente lo ocurrido es apenas una campanada, un round perdido, pero también una gran lección para quienes sabemos que la Universidad es una actitud que nos habita, una manera de responder por todos a las demandas del conocimiento, de la creatividad, de lo elevado. Ese proceso interior con impacto abrazador en nuestra cultura es inextinguible, centro gravitacional en progresivo y permanente crecimiento y perfeccionamiento, vive en el cerebro, a salvo de las manos peludas. Por eso la buena nueva es que no seremos doblegados y no lo seremos sólo si, afincándonos en esa certeza interior, damos la pelea.
Tenemos todas las de ganar y aunque nuestros sueldos sean abono para la miseria, así nos quede la última camisa, está prohibido poner dichas penurias como argumentos para hacernos los locos y negarnos a defender ferozmente la universidad del alma. Tenemos que abandonar el miedo y los argumentos de cristal. Si la economía cambiara pronto y pudiéramos entonces bañarnos en piscinas de harina Pan y estrenar camisa y zapatos todos los días y reiniciáramos nuestros viajes al exterior y obtuviéramos salarios indexados en dólares, carro y perfume, nos valdría de poco frente al cadáver de la universidad de la que les hablo, deambularíamos cual zombies ayunos de esencia.
La Universidad es más que un derecho del pueblo; es la estructura cimera de sistematización del conocimiento, arquitectura compleja que administra las claves pasadas y futuras con las que se desentrañan los enigmas del tiempo. No se trata sólo de un problema para los académicos; lo es para los trabajadores del mar, vecinos de Caigüire, El Peñón, El Dique, La Trinidad, El Guapo, San Luis y Las Palomas; para la gente de Las Industrias, Campeche, Boca de Sabana, Brasil, La Llanada. La Universidad y su problemática nos atañe a todos, a los vecinos de Tres Picos y a los amigos del Parcelamiento Miranda, Panamericana, Bebedero por igual. No puedo nómbralos a todos ni a los oficios o profesiones en las que se desempeñan, hermanos cumaneses, en esta oportunidad sólo quiero convocar su atención para recordarles que, “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, perla del saber popular que deja un claro mensaje; no pueden imaginarse lo que sería Cumaná sin su máxima casa de estudios.
No se anoten en la apuesta de ver qué pasaría; les puedo garantizar que nos iría muy mal. Más bien les invito a cerrar filas con las acciones que se propongan en defensa de la UDO, más asertivamente, de la Universidad Venezolana.
A Rojas y Sifontes, les comento que comúnmente quien calla otorga. Pero de ustedes, queridos paisanos, espero contundentes respuestas.
Así, me suscribo de ustedes.
Deferentemente,
Guillermo García Campos
Vecino de Cumaná